viernes, 3 de febrero de 2017

El ciclo de la vida o una de mis vidas...


Imagen de Francine Van Hove - Pintora

Salí de aquel pasado de manera estrepitosa y llegue rodando por un agujero luminoso a este frágil presente. Pegue un bramido al verme despegado de mis amores de antaño y le exigí a mis recuerdos conservar por lo menos, el tacto de las nubes cuando por un instante fui un ángel. Me obligue a mantener presente en mis pequeños y nuevos oídos, el susurro tranquilo del aire de ese lejano paisaje.

Pero inevitablemente el tiempo se volvió de nuevo mi enemigo, me borró de un manotazo lo que había vivido, me arrebató de la memoria, la caminata a través de los cientos de luceros y en su lugar le dejo lo aprendido a mi espíritu inmortal, pero sin saber de dónde lo había aprendido.

Crecí nuevamente, mi alma volvió a ser alma y mi cuerpo volvió a ser cuerpo.

Me transforme en un chicuelo sonriente y aunque no me gustaba el nuevo género, adoraba lo sensible del ser en quien me había convertido. Allí iba sonriéndole a las margaritas, sabiendo que eran algo más que margaritas. Inocente, con un corazón minado de retazos de ese lugar que va olvidando. Ya no era lúgubre, como antes, ya no andaba sumido en penumbras… ahora tenía una caricia que consuela, una mano que me guía, una mano que nunca tuve en aquellos días de mi otra vida.

Margaritas

Me hice hombre... me deleitaba escuchando en mí silencio el respirar del resto. La canción infinita del pasto verde al ser tocado sutilmente por el viento. El murmullo de las hojas al caer hacia su muerte. El balbuceo de la rosa al abrir sus pétalos. Me convertí en un amante solitario de los bosques y un aventurero sin remedio. Encantado con cada gota de agua que cae emocionada y forma charcas en el medio del campo. Embelesado con la suave y serena brisa de las mañanas tranquilas. Mudo ante la majestuosidad del corazón palpitante de aquel árbol fuerte e imponente, que ha vivido siglos, en medio de un lugar impenetrable.

Bosque gigante - National Geographic

Me hice hombre... me quedaba estático ante la presencia de los manantiales cristalinos. Pasmado con la voz del campo, el cantar en el claro, la orquesta de un valle, la infinidad de animales de diversos tamaños y con diferentes rasgos.

Luego me enamoré y ella era muy sensible,un ángel, lloraba por la muerte de una gota, por la despedida de una hoja en otoño. Pero posteriormente se le olvidaron las lágrimas al ver las altas montañas, los profundos pozos, las ocultas cuevas, los paraísos detrás de rocas, las maravillas encontradas en una mariposa. Se volvió fuerte, acepto los ciclos y me amó. Aprendimos a vivir con nosotros, fueron años buenos a su lado, nos multiplicamos.

Manos entrelazadas - Mochila

Y después, si hubo muchos después, pero llegaron lo días lentos, la vista se nublo, en esta ocasión, sólo recordar... un cielo azul claro y luego tan negro. Estrellas en el cielo, otras en el mar. Una rosa muerta, otra floreciendo. 

Esta vez... el final no es estrepitoso, ahora sólo duermo, una mano me sostiene, la mano de quien amo, tan cálida como la mano de mis primeros días. Otra vez vuelo, y digo "adiós" prometiendo no olvidar. Vuelo, vuelo alto, alto, las nubes, claro que lo recuerdo, de aquellos anteriores tiempos, los luceros. Y de pronto algo me jala, me jala, me quiere, ese nuevo agujero luminoso y de repente lloro, dejó atrás mis días de aventurero, qué seré en este nuevo cuerpo... y lloro, lloro, porque no quiero volver a olvidar.

G. M. Santiago
P. S. Escribiré pronto...

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