Imagen de Francine Van Hove - Pintora |
La miro y se miro con cierto pesar, tan ignorantes del futuro, con pocas experiencias. La vio allí sentada renunciando a su pasado, abandonando sus niñerías por un sueño, por las cosas que se prometían. La observó abatida, reducida y entristecida, tanto quería crecer, pero temía. Y él sólo quería protegerla, pero sentía que no podría, porque únicamente somos las marionetas de la vida. Y él sólo quería ser su príncipe, pero a veces era tan bestia, cómo sacudirse el descuido adquirido en los años y cambiar la sangre común por una más azul.
Un
tanto lagrimosa, así llorosa, estaba ella, ajena a sus gestos, sin darse cuenta
que ocultaba la cara entre su negra melena. Sin ser consciente de que a unos
pasos él la miraba con la misma angustia que a ella le surca la cara. Temían
vivir una nueva aventura, amarse, renunciar a ser egoístas y dejar atrás la
soledad.
Un
poco temeroso, así dudosa, ella se tambalea y se obliga a levantarse, a avanzar
cautelosa. Sin esperar, en aquel nuevo camino, siente el suspiro del viento que le chilla al oído, le dice: “no hay por qué temer”, mientras a su espalda quedan
abarrotadas las cargas pasadas. Ahora sólo busca avanzar, ya no tiene miedo, lo
quiere a él, lo ama a él.
Acercándose
confundida, con las lágrimas ya secas en las mejillas, ya no llora como niña. Anda
pisando decidida, sabe que aún es un tanto berrinchuda, pero sin duda lo ama y
prefiere dejar de ser malcriada a vivir sin el olor, la sonrisa, la ocurrencia,
los gestos de aquel su caballero. Él se ilumina, la ama tanto… no será
invencible, eterno, inmortal, ni un príncipe, pero la ama y tiene todos los
días que la vida le permita para dárselos a ella.
Camina,
ella camina, sin caer en la desesperación, mientras se prepara a ver la mano de
él extenderse y por fin jalarla para jamás soltarla. El viento resopla, las
ninfas bajan las miradas, las hadas que antes alimentaban su imaginación se
acomodan para volar y dejar atrás la niñez y timidez que le rodeaban el
corazón. La inocencia que antes le adorna la mirada y le engalana las mejillas
sonrojadas, se esfuma, es sustituida por lo aprendido, lo vivido, el mundo
visto. Atrás se quedan los ositos en aquel castillo de juguete, se renuncia al
recuerdo de las noches en las que el miedo a la oscuridad llenaba la mente de terror.
Se intentan olvidar los cuentos de príncipes y sufridas doncellas, se da paso a
los valientes caballeros y a que también las princesas son héroes.
Él
extiende la mano, con los dedos le pinta un nuevo cielo, dentro el corazón le
estalla, fuera la risa lo delata. Le besa la frente como simbólica suplica del
perdón, por hacerse con su alma, por arrastrarla a esa historia no tan perfecta,
pero donde dejará el alma por hacerla única y fantástica.
Ahora
ya reposa ella entre sus brazos, afincando la cara en aquel pecho y él la
aprieta, intentando cuidarla, arrullarla mientras pueda, pues son las
marionetas de la vida. Agita la cabeza, se obliga a ignorar que no es dueño del
destino, le pide a la quietud que aquel mientras pueda, se vuelva un siempre.
Ahí se despiden de sus fantasías (cuentos de hadas), sus quimeras (historietas),
utopías (lo ideal) y le dan la bienvenida a un nuevo comienzo, su aventura (la vida). Un inicio que ellos no esperaban, uno que nunca imaginaron. Sin embargo,
él ha decidido amarla aunque a veces duela y dejar que ella lo ame aunque a
veces le duela.
G. M. Santiago
P. S. Escribiré pronto...
P. S. Escribiré pronto...
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