jueves, 7 de julio de 2016

Desde las alturas - Crónicas de un caraqueño (Hotel Humboldt)

Imagen Harold M. Cooper (Hotel Humboldt)

Un viento cálido me roza la fachada, hace frío, tengo el cuerpo helado. Una suave luz me soba, me ciega, se nota cerca, pero algo incorpóreo la mantiene distante. Abrir los ojos y tropezarte con la blanca niebla, es toda una nota, que esta se disipe y te permita deleitarte, al mirar hacia el sur, con una ciudad que nunca duerme, y al norte con un mar azul, el reflejo del cielo, es una nota mayor.

Imagen Tomás Sanabria (croquis de la primera versión del Humboldt)

Fui concebido en el año 1956, bajo el gobierno de Marco Pérez Jiménez y en el furor de lo nuevo me bautizaron como Hotel Humboldt, en honor a un aguerrido hombre que en sus años mozos curioseó y se aventuró a explorar las cumbres del norte venezolano. Su nombre, Alejandro Von Humboldt, de origen alemán, considerado el padre de la Geografía Moderna Universal. 

¡Perdónenme!, por si llega a sonar arrogante, pero apenas pusieron el primer bloque, vibró en mí la grandeza, ¡cómo no!, si mis cimientos descansan sobre una bestia verde, abrupta, que enamora, da sentido y dirección a quien desde la distancia la mira. Una bestia milenaria, el recordatorio de que todo en el universo se mueve gracias a una caótica armonía.

Cuando finalmente tome forma me sentí bendecido por la inmensidad que me rodeaba, aún agradezco a la providencia tal vastedad que me llena de alegría y me da paz. Con el pasar del tiempo aprendí del viento el lenguaje de la naturaleza, con especial énfasis en el de la bestia verde, sus ruidos, rugidos, grandes suspiros y sus susurros constantes. También me bañé con la paraulata de aquellos que descansan a decena de kilómetros al sur, esos que en ciertos momentos admiran mi majestuosidad; ¡vaya! No lo digo yo, así los he escuchado hablar. Lo irónico es que ellos para mí son una de las cosas más majestuosas con las que me he tropezado.

Desde esta posición privilegiada en la que fui confeccionado, me he tripeado lo que yo considero el mundo. El lugar exacto que ocupo en esta nave de roca, llamada Tierra, se ubica al norte del Valle de Caracas, la capital de Venezuela; aquel territorio que desde la distancia satelital parece un elefante sin patas traseras, por tal motivo yo me considero caraqueño. Así que la bestia verde, que unos llaman Parque Nacional Ávila y otros Parque Nacional WarairaRepano, es mi posesión más preciada, ¡cómo no!, si sobre ella justamente me alzó a 2140 msnm.


Imagen Jesús Alberto Salazar Cabrera (Valle de Caracas)

Junto a la bestia, el Valle de Caracas y su gente, esa decena de seres que viven rápido, ¡cómo no!, porque si se duermen la selva de asfalto se los traga; representan la razón que tengo para abrir los ojos y sentir, a pesar de que soy sólo piedra.

El adueñarme de la bestia me da el derecho ficticio de llamarlo “amado cerro”. Sí, la bestia es del género masculino. Posarme sobre él me brinda mirar y embelesarme con la ciudad conocida como la de los techos rojos, cuna del libertador o sultana del Ávila. Caracas, la de infinitas escaleras, de gente que es tragada a cada minuto por otra bestia larga y de metal que pasea por los laberintos socavados en sus entrañas. La ciudad de los pocos luceros, de noche parece la continuación del cielo y de día, cuando el sol emerge, se convierte en el paraíso de las magníficas guacamayas, un espectáculo en el cielo tempranero y de atardecer.


Imagen Nelso Pulido (Guacamayas Avileñas)

En definitiva mi amado cerro es el rey del valle, un soberano al que sus súbditos visitan a diario. Lo hacen para mirar lo que él ve y cuando visualizan la gran panorámica del escenario a sus pies, les entra el sentimiento de humildad, suspiran añorando anclarse por la eternidad y perpetuar la vista de lo vasto en sus mentes. Se piensan minúsculos porque caen en cuenta de que son sólo una partícula más, habitante de este mínimo trozo de universo.

Sobre este bestia descanso y he visto no sólo magnificencia, también me he topado con las penurias, enfrentamientos por colores, minúsculas guerras por ideologías y por centenares de ideas fallidas. Me he quedado perplejo observando el bochinche de los días y las tremenduras de las noches. A la población crecer, otros cerros minarse, a una cruz anclarse y a la chorrera de caminante ascendiendo y descendiendo, en el teleférico o a pies. 

Así he pasado mis días, admirando el ir y venir, entre reconstrucciones y remodelaciones. Entre aperturas y cierres, entre pomposidad, derroche, miseria y abandono. Tranquilos, todavía me siento altivo, fuerte como joven roca. Aunque en ocasiones me entra el temor por la finitud, ¡cómo no! Si podría desaparecer en un parpadeo, he visto a otros como yo volverse únicamente escombros. ¡Imagínense!, quedar olvidado y ni siquiera ser recuerdo. 

No obstante, mi más grande miedo es no volver a escuchar el rumor, el sonido de mi amado cerro. No puedo decir dejar de mirarlo, pues nunca lo he visto desde la distancia. Por tal razón, en ciertos momentos quisiera tener piernas, de esa forma podría ver a mi amado, desde el gran valle, como lo hacen cada día y cada puesta de sol, los caminantes. Esos seres que tienen la capacidad de poblar cualquier maravillosa parte terrenal, por falta de anclaje y raíces, pero a quienes les es inevitable el rubor, el nudo el pecho, el sentimiento de desamparo que les entra cuando por cuestiones de sus individuales caminos deben migrar a lejanas tierras y renunciar, quién sabe si temporalmente a admirar a su justo y eterno monarca. De quien agradezco ser amigo, no importa que jamás lo haya visto, que nunca llegue a mirarlo. Es jactancioso anhelar tanto, me basta con sentirlo, me basta con su consuelo, me basta con su camaradería. Es suficiente que él sea mi eterno compañero en el silencio y la algarabía. Aquí espero seguir y si llego a ser olvidado y definitivamente abandonado, quedaran estas mis palabras, el texto de un caraqueño que mira “desde las alturas” y desde su primer respiro ha sido uno con el cerro. Porque quién no ha dicho, mira al hermoso cerro acompañado por el imponente Humboldt.

Imagen Jesús Alberto Salazar Cabrera (Cerro Ávila)


G. M. Santiago
P. S. Escribiré pronto...

Imagen Francine Van Hove - Pintora











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